Iván Dario Montoya.
Cuando las lágrimas son insuficientes,
cuando tenemos quebrantada el alma,
cuando nuestras emociones y sentimientos están nublados
por alguna situación que ha quedado fuera de control.
Cuando las rodillas tiemblan en medio de la oscuridad de nuestra habitación, entonces levantamos los brazos luego de la contienda del por qué, y sólo podemos gemir porque las palabras ya no alcanzan.
Ya no es problema de dinero, ni de recursos;
no se trata de quien tiene lo que se necesita;
ya no es cuestión de la vanagloria de la vida que controla las emociones más sentidas.
Se pone al descubierto la fuente más interna del ser;
nos tomamos la cabeza entre las manos y ya sin energía aparente,
vencidos ante nuestro destino, como estrellas fugaces en medio del horizonte, es ahí cuando hacemos contacto con la luz interior que siempre ha estado encendida, y entonces hacemos contacto con nuestro espíritu.
Luego nos levantamos, secamos nuestras lágrimas,
damos gracias a Dios y seguimos adelante.