lunes, 23 de diciembre de 2013

Agradecimiento

Quiero agradecer a todas las personas que me nos han estado apoyando para continuar nuestra labor de ayudar y poder ser un apoyo para las madres cabeza de familia en la ciudad de Medellín.

Inicialmente la Fundación Huellas Maternales nació en la ciudad de Bogotá, pero debido a diversas circunstancias nos vimos precisados a trasladarnos a la ciudad de Medellín, donde estamos continuando con este maravilloso proyecto.

Actualmente la Fundación se encuentra en reesctructuración por el cambio de domicilio y estamos buscando una sede (que no sea solamente esta virtual la cual siempre nos ha acompañado y ha sido de inmensa ayuda), sino que esperamos tener pronto nuestra propia sede, bien sea por donación o en comodato.

Contamos con la colaboración de un grupo de profesionales en formación, como lo son un sociólogo, una trabajadora social y diversos profesionales que prestan su ayuda de forma desinteresada. Nuestra labor ha continuado con un pequeño número de familias, y vamos creciendo, siendo un apoyo real para quienes lo han requerido.

Igualmente la Fundación Huellas Maternales también necesita de su apoyo en estos cambios favorables que nos benefician a todos, por ello recibimos sus donaciones, y nos pueden contactar por medio de nuestro correo electrónico: fundacionhuellasmaternales@hotmail.com

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Esto de ayudar siempre nos ha movido, por el sentido humano, ya que todos necesitamos de una mano ayuda que nos sostenga mientras tenemos la fuerza para sostenernos solos.

Una de las historias que más guía nuestro horizonte es la que se conoce con el nombre " Manos que oran", la cual es la historia verdadera de los hermanos Albrecht y Albert Dürer.
Albrecht Dürer es más conocido como Alberto Durero, quien nació en Alemania en el año 1471 y murió en el año 1528.

MANOS QUE ORAN

Después de muchas noches de conversaciones calladas entre los dos, llegaron a un acuerdo: Lanzarían al aire una moneda, el perdedor trabajaría en las minas para pagar los estudios al que ganara.  Al terminar sus estudios, el ganador pagaría entonces los estudios al que quedara en casa con las ventas de sus obras, o como fuera necesario.  Lanzaron al aire la moneda, Albrecht Dürer gano y se fue a estudiar a Nuremberg.

Albert comenzó entonces el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció por los próximos cuatro años para sufragar los estudios de su hermano, que desde el primer momento fue toda una sensación en la academia.  Los grabados de Albretch, sus tallados y sus óleos llegaron a ser mejores que muchos de los de sus profesores, y para el momento de su graduación, ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de su arte. 

Cuando el joven artista regreso a la aldea, la familia Dürer se reunió para una cena festiva en su honor.  Al finalizar la memorable velada, Albretch se puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su hermano querido, que tanto se había sacrificado para hacer sus estudios una realidad.  Sus palabras finales fueron: “Y ahora Albert, hermano mío, es tu turno.  Ahora puedes ir tú a Nuremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de ti”. 

Todos los ojos se volvieron llenos de expectativa al rincón de la mesa que ocupaba Albert, quien tenía el rostro empapado de lágrimas y movía de lado a lado la cabeza mientras murmuraba una y otra vez: “No…no…no”.  Finalmente, Albert se puso de pie y secó sus lágrimas.  Miró por un momento a cada uno de aquellos seres queridos y se dirigió luego a su hermano y posando su mano en la mejilla de aquel, le dijo suavemente: “No hermano, no puedo ir a Nuremberg.  Es muy tarde para mí.  Mira lo que cuatro años de trabajo en las minas han hecho a mis manos.  Cada hueso de mis manos se ha roto al menos una vez, y últimamente la artritis en mi mano derecha a avanzado tanto que hasta me costó trabajo levantar la copa durante el brindis… mucho menos podría trabajar con delicadas líneas el compás o el pergamino y no podría manejar la pluma ni el pincel.  No, hermano, para mí ya es tarde

Un día para rendir homenaje al sacrificio de su hermano Albert, Albretch Dürer dibujó las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas, los dedos apuntando al cielo.  Llamó a ésta poderosa obra, simplemente “Manos”, pero el mundo entero abrió de inmediato su corazón a su obra de arte y se le cambió el nombre de la obra por el de “Manos que oran”. 

Más de 450 años han pasado desde ese día.  Hoy en día los grabados, óleos, acuarelas, tallas y demás obras de Albretch Dürer pueden ser vistos en museos alrededor de todo el mundo.  Pero seguramente usted, como la mayoría de las personas, sólo recuerden uno; lo que es más, seguramente hasta tenga uno en su oficina o en su casa.  La próxima vez que veas una copia de ésta creación, mírala bien.  Permite que sirva de recordatorio, si es que lo necesitas, de que nadie, nunca triunfa solo.